Año de 1931
Cinco perseguidos que ayer
vinieron en la Marcha de Hambre y pasaron luego la helada noche tirados dentro
de un vagón de carga, se despertaron hoy temprano y con los estómagos vacíos se
fueron a bañar, porque sobre todo es insufrible la comezón de la piel escocida
por parásitos.
A la orilla del canal en que se
aplasta el agua negra donde lavan sus andrajos el pepenador del basurero y su
mujer con su hijo a cuestas, los cinco se desnudan bajo los árboles inválidos y
eligen soportar la mortificación de sentarse primero a matar liendres,
desafiando, temblorosos, los cuchillos del viento que cortan la mañana. Llevan
24 horas sin comer. Por tanta miseria no han podido sentir desde hace mucho una
ternura, una caricia de mujer. Son hombres. No poseen muda limpia, ni jabón.
¡Agua, vestidos! —ciudad
capitalista— ¡lecho …! ¡sopa!
“En la mañana fregada anda una
mole blanca como un piojo blanco y gordo.” “Es una fábrica.” “Pero el gran
piojo no es la fábrica, sino que está sobre la fábrica.” “La fábrica somos
nosotros y el gran piojo es el patrón …” -pensaron los cinco.
¡Y he ahí que!: por la ropa de
uno corre a esconderse el gigante piojo rubio. ¡ Mañoso! Debe ser el padre de
los piojos.
Péscase al fugitivo: entre las
uñas ateridas revienta con un rocío vil de sangre y un chasquido que oyen
todos.
* ¡Bah! Esta sangre era mi
sangre.
-Idéntico el régimen. Nosotros
somos la fábrica, pero sobre ella está el patrón.
* Lo que el capitalista tiene
dentro es nuestra carne.
* Como el piojo.
-¡ Sólo que ese estallido no es
ni la mil millonésima parte del que dará el piojo monstruo -el capital-cuando
le pongamos todos la panza en nuestras uñas!
Mudos, continúan el registrar de
sus harapos. Sobran las lenguas, pues las cinco cabezas son otros tantos
cinematógrafos de imágenes y formas:
“Los piojos bailan, beben,
ataviados de sedas y finos casimires. Cruzan uniformes, levitas, guantes,
espadas, plumas, escritorios, libros, perfumes y sotanas;
generales-comerciantesindustriales-terratenientes-gobernadores-juecesministros-diputados
fachistas-líderes amarillos-senadores-banqueros-obispos …
“Están agarrados con las patas y
la ponzoña sobre las tiendas, los almacenes, los edificios, las siembras, las
semillas, la mina, la tierra y el ganado.
“Consumen lo mejor de la leche,
de las frutas, de los dulces, de las carnes, de la lana. Se llevan el sol y el
aire; los mares, los campos y la calle.
“Habitan palacios. Se apartan la
música, el arte, los inventos. Los piojos se divierten y pasean, viajando en
automóviles o en trasatlánticos veloces y aeroplanos.
“¡ El Estado!”
Suponen haber acabado con sus
piojos. Se levantan y ráscanse desesperadamente, porque el escozor de los
piojos perdura mucho tiempo. Y así, meten sus cuerpos multicolores en el agua
del canal.
-¡ La pulmonía! Por el momento es
menos mala la pulmonía que las liendres.
-Marcha de Hambre. Caminar bajo
el calor, bajo la lluvia, con los pies ensangrentados, entre los peñascos y el
lodo de las sierras. Venir yertos, agonizantes de fatiga, a exigir entonces el
Seguro Social, a pedir pan … y recibir
golpes y cárcel. Lo de siempre. ¡ Lucha de clases! Organizaremos otra Marcha de
Hambre más nutrida.
- Amigos, hermanos, madre,
familia ausente . En la miseria.
- Los sables de la gendarmería
sobre el lomo.
- Compañeros presos. El
aislamiento con los camaradas de la ciudad desconocida. ¡ A buscarlos pronto!
Directivas. Para la ayuda: comer, dormir, o el regreso. ¡ Libertad para
nuestros presos! ¿Deberemos regresar?
Salen del baño: brincan y
alíneanse de pie para escurrirse el agua con las palmas de las manos.
Infinitamente desconsolados miran que tienen que volverse a poner las mismas
ropas, y cada quien se dice para sí:
—Uno no ve más piojos y cree
haber acabado con todos.
Algunos piojos se ocultan; quedan
las liendres escondidas. Es la demagogia: prósperos porvenires de parásitos. A
las liendres les conviene que sigamos con el mismo régimen burgués, la misma
ropa sucia encasquetada.
Comienzan a vestirse. Al borde
opuesto del canal pasa un soldado; en calzón blanco pasa un hombre descalzo,
llevando a mecapal el cesto de legumbres a la espalda.
Tornan el intercambio de
meditaciones entre las cinco mentes de los jóvenes:
“Piojos … Alhajas de los pobres!”
“Soldados, campesinos … ¡
Hermanos! Desnudez, opresión, hambre, ¡a luchar! A organizarse… todos juntos…
para poder poner la panza del capitalismo en nuestras uñas.”
“¡Será de ver cómo revienta!”
“Por eso en casa echan esta ropa
al agua hirviendo. Se quedan siempre liendres.”
“¡ Fachistas! Hay que acabar. ¡
Es también necesariamente urgente reventarlos!”
El primer rayo de sol escarba el
agua negra del canal. La mujer del pepenador del basurero ha bañado a su hijo,
y puesta en cuclillas, lo seca con una manga rota de overol. El silencio es
terrible. Sólo la piel del niño se estremece de esa manera que hace la vaca, el
caballo, para espantarse las moscas que les pican.
Con aquella enérgica austeridad
de los verdaderos dolores que a simple vista protestan, en todo momento, a
cualquier hora, ahí va la fila de los cinco proletarios que ayer vinieron en la
Marcha de Hambre y lograron escapar de las garras policiacas. Se adivina, que
bajo sus andrajos, igual a la del niño, la piel se les sacude, como la del caballo,
la de la vaca, la de un animal cuando se asusta la inquisición de los insectos.
Pero es por el frío ahora
únicamente.
Juan de la Cabada